¡Qué buena suerte la mía para tener mi primer choque
cultural con Japón en esta maravillosa ciudad!
Aunque que mi asentamiento en Japón anda Tokyo, la primera ciudad que descubrí fue Kyoto. Hasta
allí me desplace (tras volar un día entero para llegar a la capital nipona y tomar
un autobús nocturno que duró unas 8 horas) para participar en el Consejo de
Estudios Latino-americanos de Asia y Oceania (CELAO).
Mi cansancio del duro viaje se solivianto con la paz que
envuelve esta bella ciudad. A pesar de
tener más de un millón de habitantes, Kyoto se caracteriza por la tranquilidad
de sus calles, que lleva a sus habitantes a poder coger tranquilamente sus
bicicletas para ir de un lado a otro, convirtiéndose en una estampa más de la ciudad.
Mi concepción estereotipada creada por el peso del protocolo
de Kyoto de ser una urbe en armonía con la naturaleza se consolidó. Pues sus
calles se sincroniza con la vegetación del lugar, donde sus montes ofrecen unos
aires frescos al visitante que lo condiciona a querer pasear por sus entrañas
donde se combina a la perfección la modernidad y la tradición. Modernidad
porque acoge, como cualquier capital del Japón, la vanguardia de la
arquitectura caracterizada por el respeto del entorno y el espacio. Y Tradición
porque conserva espectaculares monumentos históricos y en sus calles es fácil
encontrar al atardecer japoneses que aún le gusta vestirse con sus trajes
peculiares.
Por todos estos factores, Kyoto se convierte en parada obligada del viajante del País del Sol naciente.
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