Todo viaje a un destino rutinaria, termina casi siempre en una visita al supermercado para conseguir los víveres necesarios que te den fuerzas para continuar descubrimiento este nuevo mundo.
Mi caso no es una excepción, así que el primer día tras dejar mis bártulos en mi encantadora morada me dispuse a ir llenar mi despensa. Tras preguntar a mi compañero donde podía ir, me respondió al shopping center (centro comercial). Y es que aquí en Australia no he visto aún, en los pocos días que llevo, un supermercado que se encuentre en una calle normal. Todos se hallan hacinados en la multitud de centros comerciales que se encuentra en el centro urbano.
Un centro cuya fisionomía está cambiando mi concepción originaria de Sydney de ciudad comarcal. Pues tras contemplar su CBD (Centro Económico) y las vistas con las que terminó casi todos los días mi recorrido nocturno corriendo, estoy viendo a esta ciudad como lo que es. Una gran urbe mundial de más 4 millones de habitantes. Mas alejado de ese CBD, Sydney se ubica en mi mente como una pequeña gran ciudad.
Después de este paréntesis, volvamos al tema que hace que escriba estas líneas: El supermercado. Por norma general, puedo decir que soy una persona que no le cuesta mucho gastar mucho tiempo mirando los productos del supermercado. Mis amigos dicen que cuando voy allí saco la vena “maruja” que tengo. Así pues, no me ha costado mucho trabajo hacer una ejercicio de análisis en este espacio.
Lo primero que me sorprendió en el supermercado es la variedad de frutas y verduras, que tiene. Yo estaba embobado viendo la cantidad de cosas raras que había en sus estantes. Hasta entonces creía que los campos españoles eran la huerta de Europa, pero ahora quizás puedo decir que Australia es la huerta del mundo. De todos sus productos me fascinaron dos: los cocos y las piñas, que son baratos.
Creo que yo en Australia básicamente me voy a alimentar de piñas y cocos, porque el resto de los productos que vendían en el supermercado son extremadamente caros. Salvando una cantidad de productos, puedo decir que aquí todo vale el doble, o más del doble.
Realizada mi compra, que le dolió bastante a mi billetera, regrese a casa. Mi amigable compañero de piso me quiso invitar a unas hamburguesas de canguro por la noche para darme la bienvenida, por lo que fui con él a comprar unos bollitos que le faltaba. Entramos en una tienda de ultramarinos (típicas de los chinos españoles) y cuando le pregunte dónde coger unas cuantas de cervezas para la comida, el dependiente del establecimiento me dijo ¿Tú eres europeo?. El tío comenzó a hablarme pero yo con mi inglés patatero no me enteraba de mucho. Después comprendí lo que quería decirme: la imposibilidad de comprar alcohol en esos establecimientos.
Y es que aquí en Australia cuando vas a comprar alguna cervecilla o simplemente una botella de vino para cocinar, te siente algo clandestino. No esperes comprar este tipo de productos en un supermercado (está totalmente prohibido). Tienes que ir a una licorería especializada o en un bar que te lo vende para llevar. Eso sí en ambos sitio cuando te lo venden, te envuelven las botellas en un bolsa de papel marrón que imposibilite al que te cruces por el camino que lo que has comprado. Cuando sales de la tienda, pareces como si vinieses de visitar al camello. Y no sólo lo digo porque te obligan a esconder tu compra sino por el precio de unas pobres cervezas.
Comprendí entonces que el abismo cultural en el que me encontraba. Pues a diferencia de la cultural del alcohol que tenemos en el Mediterráneo, donde está bien visto compartir una copa de vino o una simple cerveza al calor de la charlar de tus seres más cercanos (como indicaba los gestos de mi entrañable bisabuela que siendo un chavalín me quería invitar a mí y a mi hermano a un vasito de cervecilla para aderezar la comida). Por el contrario Australia ha cogido la cultural del mundo anglosajón relativo al alcohol. Aquí la gente asocia el alcohol a los excesos, quizás por tener interiorizada la moral protestante de eliminar el camino a los vicios, y por tener el ejemplo de algunos ciudadanos anglos. Pues creo que los australianos pueden seguir el ejemplo de los “guiris” ingleses que van a nuestra costar a beber para emborracharse a toda costa, sin disfrutar de la charla que puede dar una cerveza.
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